Caballero de Espadas
Mi caballo, tan fuerte como el del Caballero de Bastos, es a la vez más refinado y más ágil. Lo dirigo de un salto desde el reino del intelecto hacia el misterio de lo emocional. El caballo y yo somos uno solo. Si el Caballero de Bastos actúa por la fuerza de la voluntad, mi caballo y yo actuamos por la fuerza del valor. Limpios de conceptos parásitos, hemos eliminado entre otras cosas, la esperanza, y con ella el miedo. Debemos trasmitir la escencia misma de la mente: sabemos que somos la última manifestación de la acción. En mi yelmo llevo un aura amarilla, símbolo de santidad. Con mi espada roja que semeja una lanza y mi caballo ágil, soy el portador de la vida. ¿Qué atravesaré con mi espada? El corazón de los demás. El Verbo se vuelve amor. He sacrificado mi deseo de ser para entrar en la abnegación sagrada.
Caballero de Copas
Si los Caballeros de Bastos y de Espadas montan sementales, yo, como el Caballero de Oros, monto una dulce yegua. No conduzco mi montura, no lo necesito. Con la mano abierta, sigo mi símbolo, la Copa. No la sujeto con los dedos: ella nos guía a mi caballo y a mí, flotando en el aire. Copa abierta de la que brota una fuente de amor...Ese amor es mi guía, no sé a dónde voy. Lo sigo sin dudar de que me llevará hacia mi realización, que es el estado de gracia. El don fluye naturalmente, no fuerzo mi voluntad para encontrar el camino correcto. No empleo mi valor para saltar más allá de mis límites. Sólo obedezco, simplemente. Lo que recibo, lo doy. Mi único deseo, para realizar este don incesante, es sobrevivir para seguir a su servicio. Entonces es cuando, bendiciendo al mundo, entro en el reino de la encarnación, de los Oros, de la materia y las necesidades.
Caballero de Oros
No sé si soy hombre o mujer. Más bien un hermafrodita que avanza en una tierra en que ningún tesoro está oculto. El doble oro del Paje y del Rey, terrestre y celeste, se ha convertido en uno solo que flota en el espacio. La materia se ha espiritualizado. Se ha vuelto fértil y madre de una vida eterna. Soy como la carne de la Vírgen María, que al final de su proceso se torna inmortal y se eleva para reinar en el centro del universo. Ése es mi destino. Mi yegua no tiene la dulzura de la del Caballero de Copas: avanza a pasos medidos pero seguros, precisos. Representa mi salud. No va ni demasiado despacio ni demasiado deprisa, camina al ritmo que corresponde su presente. Esta paz infinita dimana del hecho de que hemos vencido a la muerte: estoy dispuesto a sufrir los incesantes cambios sabiendo que en mi esencia profunda está lo inmutable. Eso es lo que dará origen a las nuevas riquezas de la tierra que se concretarán en los Bastos. Ya llevo en mi mano derecha el comienzo de un nuevo ciclo de acción, un basto creativo.
Caballero de Bastos
Cuando era Paje, mi símbolo se apoyaba en la tierra. Ahora se erige hacia el Cielo, hacia el desarrollo espiritual. No estoy separado de él: tiene su raíz en mi mano, crece de mí mismo. Mi animal, mi caballo grande y poderoso, se ha vuelto blanco, del color de la pureza. Simboliza la extrema sublimidad de mis deseos. Yo, el Caballero que encarna su voluntad, lo hago girar de derecha a izquierda, de la acción a la receptividad. He sublimado las pasiones. He aprendido a desviar el camino de las energías destructoras hacia la vida del Espíritu. Mi energía, desprendiéndose de la autosatisfacción, de la tentación del poder totalitario, de la guerra bestial, se ha tornado inmensa. Por un acto de voluntad suprema, mi animalidad, este caballo blanco, se concentra y se convierte en la espada roja del Caballero de Espadas. Represento el momento en que el Eros de la sexualidad se convierte en la fuente enriquecedora del Espíritu.
Si los Caballeros de Bastos y de Espadas montan sementales, yo, como el Caballero de Oros, monto una dulce yegua. No conduzco mi montura, no lo necesito. Con la mano abierta, sigo mi símbolo, la Copa. No la sujeto con los dedos: ella nos guía a mi caballo y a mí, flotando en el aire. Copa abierta de la que brota una fuente de amor...Ese amor es mi guía, no sé a dónde voy. Lo sigo sin dudar de que me llevará hacia mi realización, que es el estado de gracia. El don fluye naturalmente, no fuerzo mi voluntad para encontrar el camino correcto. No empleo mi valor para saltar más allá de mis límites. Sólo obedezco, simplemente. Lo que recibo, lo doy. Mi único deseo, para realizar este don incesante, es sobrevivir para seguir a su servicio. Entonces es cuando, bendiciendo al mundo, entro en el reino de la encarnación, de los Oros, de la materia y las necesidades.
Caballero de Oros
No sé si soy hombre o mujer. Más bien un hermafrodita que avanza en una tierra en que ningún tesoro está oculto. El doble oro del Paje y del Rey, terrestre y celeste, se ha convertido en uno solo que flota en el espacio. La materia se ha espiritualizado. Se ha vuelto fértil y madre de una vida eterna. Soy como la carne de la Vírgen María, que al final de su proceso se torna inmortal y se eleva para reinar en el centro del universo. Ése es mi destino. Mi yegua no tiene la dulzura de la del Caballero de Copas: avanza a pasos medidos pero seguros, precisos. Representa mi salud. No va ni demasiado despacio ni demasiado deprisa, camina al ritmo que corresponde su presente. Esta paz infinita dimana del hecho de que hemos vencido a la muerte: estoy dispuesto a sufrir los incesantes cambios sabiendo que en mi esencia profunda está lo inmutable. Eso es lo que dará origen a las nuevas riquezas de la tierra que se concretarán en los Bastos. Ya llevo en mi mano derecha el comienzo de un nuevo ciclo de acción, un basto creativo.
Caballero de Bastos
Cuando era Paje, mi símbolo se apoyaba en la tierra. Ahora se erige hacia el Cielo, hacia el desarrollo espiritual. No estoy separado de él: tiene su raíz en mi mano, crece de mí mismo. Mi animal, mi caballo grande y poderoso, se ha vuelto blanco, del color de la pureza. Simboliza la extrema sublimidad de mis deseos. Yo, el Caballero que encarna su voluntad, lo hago girar de derecha a izquierda, de la acción a la receptividad. He sublimado las pasiones. He aprendido a desviar el camino de las energías destructoras hacia la vida del Espíritu. Mi energía, desprendiéndose de la autosatisfacción, de la tentación del poder totalitario, de la guerra bestial, se ha tornado inmensa. Por un acto de voluntad suprema, mi animalidad, este caballo blanco, se concentra y se convierte en la espada roja del Caballero de Espadas. Represento el momento en que el Eros de la sexualidad se convierte en la fuente enriquecedora del Espíritu.
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